Nuestro papel como líderes de un grupo, el acompañamiento a otros y la forma particular de comunicar del educador en un centro vicenciano y sobre todo en un contexto social y económico como el que viven actualmente nuestros alumnos fueron los dos pilares sobre los que trabajamos de la mano de Fran González durante la primera jornada.
El sábado fue la revisión de nuestro proyecto personal de servicio, a la luz de la espiritualidad vicenciana, a lo que dedicamos buena parte de la mañana. La “revolución de la toalla” como le gusta decir a nuestro compañero Luis Ángel Valdivieso guió, de su mano, nuestra reflexión personal sobre la forma de agacharnos para acercarnos al otro, de elegir incondicionalmente al más pequeño, de servir a quien más nos necesita sin juzgarle, únicamente aceptado su realidad y valorándolo en la plenitud de su persona.
Con estos días poníamos fin a un periodo que a lo largo de cuatro años nos ha llevado a profundizar en distintos aspectos de nuestra formación y de nuestra tarea educativa. Nuestro portfolio como educadores vicencianos, el perfil de egreso que deseamos para nuestros alumnos, la atención a la diversidad como el ADN del maestro o profesor vicenciano, el modelo de calidad de nuestros centros educativos, la historia de la Compañía de las Hijas de la Caridad o la figura de Santa Luisa de Marillac son algunos de los puntos que han marcado la hoja de ruta de estos años.
Nuestros centros son centros educativos católicos como otros muchos. Pero… tienen un sello distintivo, la “marca” que los hace diferentes y únicos. Educar al estilo de Vicente de Paúl lleva implícito encontrar a Dios en los demás. Y por eso la mirada de misericordia, la escucha asertiva, la humildad que se hace cercanía y encuentro, son los pilares en los que asentar nuestra labor educativa y pastoral.
Y son esas raíces las que nos impulsan a trabajar por el desarrollo integral de nuestros alumnos, por la promoción de las personas, y por el compromiso por cambiar las estructuras injustas de nuestro mundo. Algo a lo que nos anima, ahora más que nunca, el Santo Padre en la encíclica Fratelli Tutti: “Porque es el «amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa. Amor que sabe de compasión y de dignidad”.
Come, reza y ama…. Este título de película, en el que coincidieron varios compañeros, resume muy bien lo vivido. Hemos rezado juntos, reflexionado y compartido esas reflexiones, y en un ambiente festivo y de celebración, de alegría compartida, despedimos la jornada con la “graduación” de todos los participantes.
Ponemos así punto final al camino recorrido y el primer paso del que esperamos recorrer a partir de ahora, e ilusionados confiamos en volver a reencontrarnos en algún momento de éste. Cada uno de nosotros vuelve a su hogar, a su colegio, a su clase para seguir haciendo del amor el motor que mueva el mundo.
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Gracias compañeros por lo vivido, y gracias de corazón a quienes lo hicieron posible.
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